Cada población conserva en sí una esencia social y cultural, una representación de ser y hacer las cosas; un Ijiyu (lengua pipil), es decir un hálito, una manera de comprender la vida y de accionar frente a ella. Por supuesto, esto no es espontáneo, es, ante todo, un proceso nacido del ensayo-error propio de la experimentación social, que va moldeando aspectos de conducta que terminan constituyendo tipos de normas sociales y morales, que acercan a cada sujeto al todo social.

De ahí, que en este hacerse cada sociedad, va estructurando como un constructo existencial, su cosmovisión y cosmogonía, anunciando a cada nuevo miembro, como guiar su existencia de la mejor manera, para crecer en armonía con los demás. Por tanto, la base de toda cultura, a parte de su lengua, sus normas e idiosincrasia; es como resuelven las problemáticas acaecidas en diferentes estadios y circunstancias de la sociedad.

De tal manera, que no solo crean una conciencia en sí, sino, también, una conciencia de si y para sí, arguyendo en su propio seno, el momentum propicio del ayer como norma, del hoy como como ley y del mañana como costumbre popular. Ahora bien, esta estructura no siempre bien definida (por lo menos no con los parámetros propios de los principios lógicos o el método científico), pero si definida en el sentimiento criollo como esencia casi metafísica, es la carta de presentación para las nuevas generaciones.

Por ende, mantener a toda costa (desde los parámetros de la dignidad del individuo por supuesto), la idiosincrasia establecida en la comunidad; permitirá la continuidad de la misma y de los procesos de socialización micro, endo y macro sociales de ese pueblo. Además, de mantener un orden que constituye en esencia la paz de los pobladores y por tanto, todo orden de pacificación, nacerá del mantenimiento de esa misma cultura arraigada.

Ya que la percepción como elemento diferenciador entre pueblo y pueblo, precisamente se fundamenta en ese resolver cada problemática y por tal, mantener el orden y la pacificación de la misma comunidad. Eso es algo que debemos aprender tanto de los pueblos originarios y su legislación consuetudinaria, en la que por acuerdo de todos, se decide como encaminar a cada miembro que se sale del control de las buena costumbres y bienestar del otro.

No se debe olvidar el famoso In lakech Hala ken (Maya) es decir: tu eres otro yo y yo soy otro tú; esa visión de ser uno en varios, la totalidad siente el movimiento de uno y se daña con el daño de uno, es la base de toda filosofía personalista y de toda visión de nuestros antepasados y que lastimosamente las sociedades actuales han perdido de vista, en honor a su supuesta mejor comprensión de la dignidad y derechos.

Así pues, se ha sentado de alguna manera la base para una profunda reflexión y debate de cada lector, la cultura, su fomento, transmisión y mantención popular, ha de permitir la pacificación de cada comunidad que funde su ser y hacer, en esa concepción sabia y antigua. No está de más, tener claro y recordar nuevamente, que las buenas costumbres nacen y se mantiene, solo en la medida que cada miembro de la comunidad, respeta la vida y el pensar del otro, siempre y cuando esta libertad no absoluta, se mantenga en los límites de la libertad no absoluta del otro.

Empero, este mantenimiento de las costumbres de una comunidad, no se logran si no se comprende tal como expresó el insigne poeta ermitaño Walt Withman en su obra Cuerpo, pueblo, espíritu: “esta es la hierba que crece dondequiera que haya tierra y agua, este es el aire común que baña el globo.” La común hierba y el común globo, son ante todo, la misma mirada, el mismo anhelo que cubre la humanidad en su caminar; eso en esencia es la cultura como pacificación de los pueblos, que mantendrá y tanto necesita nuestro amado pueblo salvadoreño.  

Espacio cultural: "Entre versos y líneas" 

Un proyecto de: Licenciado Abraham Rodríguez

Coordinador de Arte y Cultura de UNASA.

Escrito por: Máster Christian Edgardo Zelaya Colón

Docente UNASA.